La poesía de Rubén Darío, tan bella como culta,
musical y sonora, influyó en centenares de escritores de ambos lados del
océano Atlántico. Darío fue uno de los grandes renovadores del lenguaje
poético en las letras hispánicas. Los elementos básicos de su poética
los podemos encontrar en los prólogos a Prosas profanas, Cantos de vida y esperanza y El canto errante.
Entre ellos es fundamental la búsqueda de la belleza que Rubén
encuentra oculta en la realidad. Para Rubén, el poeta tiene la misión de
hacer accesible al resto de los hombres el lado inefable de la
realidad. Para descubrir este lado inefable, el poeta cuenta con la
metáfora y el símbolo como herramientas principales. Directamente
relacionado con esto está el rechazo de la estética realista y su
escapismo a escenarios fantásticos, alejados espacial y temporalmente de
su realidad.
Enteramente inquieto e insatisfecho, codicioso
de placer y de vida, angustiado ante el dolor y la idea de la muerte,
Darío pasa frecuentemente del derroche a la estrechez, del optimismo
frenético al pesimismo desesperado, entre drogas, mujeres y alcohol,
como si buscara en la vida la misma sensación de originalidad que en la
poesía o como si tratara de aturdirse en su gloria para no examinar el
fondo admonitor de su conciencia. Este "pagano por amor a la vida y
cristiano por temor de la muerte" es un gran lírico ingenuo que adivina
su trascendencia y quiere romper el cerco tradicional de España y
América: y lo más importante es que lo consigue. Es necesario romper la
monótona solemnidad literaria de España con los ecos del ímpetu
romántico de Victor Hugo, con las galas de los parnasianos, con el
"esprit" de Verlaine; los artículos de Los raros (1896), de temas preponderantemente franceses, nos hablan con claridad de esta trayectoria.

Pero él rechaza las normas de la escuela y la
mala costumbre de la imitación; dice que no hay escuelas, sino poetas, y
aconseja que no se imite a nadie, ni a él mismo... Ritmo y plástica,
música y fantasía son elementos esenciales de la nueva corriente, más
superficial y vistosa que profunda en un principio, cuando aún no se
había asentado el fermento revolucionario del poeta. Pero pronto llega
el asentamiento. El lírico "español de América y americano de España",
que había abierto a lo europeo y a lo universal los cotos cerrados de la
Madre Patria y de Hispanoamérica, miró a su alma y su obra, y encontró
la falta de solera hispánica: "yo siempre fui, por alma y por cabeza, /
español de conciencia, obra y deseo"; y en la poesía primitiva y en la
poesía clásica española encontró la solera hispánica que necesitaba para
escribir los versos de la más lograda y trascendente de sus obras: Cantos de vida y esperanza
(1905), en la que corrige explícitamente la superficialidad anterior
("yo soy aquel que ayer no más decía..."), y en la que figuran
composiciones como Lo fatal, La marcha triunfal, Salutación del optimista, A Roosevelt y Letanía de Nuestro Señor don Quijote.
El gran lírico nicaragüense abre las puertas
literarias de España e Hispanoamérica hacia lo exterior, como lo harán
en seguida, en plano más ideológico, los escritores españoles de la
generación del 98. La Fayette había simbolizado la presencia de Francia
en la lucha norteamericana por la independencia; las ideas de los
enciclopedistas y de la Revolución francesa habían estado presentes en
la gesta de la independencia hispanoamericana: ¿qué tiene de
sorprendente que Rubén Darío buscara en Francia los elementos que
necesitaba para su revolución? Quiso modernizar, renovar, flexibilizar
la grandeza hispánica con el "esprit", con la gracia francesa, frente al
sentido materialista y dominador del mundo anglosajón y, especialmente,
norteamericano.
Otras composiciones trascendentes figuran en otros libros suyos: El canto errante (1907), Poema del otoño y otros poemas (1910), en el que figuran Margarita, está linda la mar... y Los motivos del lobo, y el libro que contiene su composición más extensa, el Canto a la Argentina, que con otros poemas se publicó en 1914. La prosa suya, además de en Azul y en Los raros, podemos encontrarla en Peregrinaciones (1901), La caravana pasa (1902) y Tierras solares (1904), entre otros trabajos de menor interés concernientes a viajes, impresiones políticas, autobiográficas, etc.
Rubén Darío es un genio lírico hispanoamericano
de resonancia universal, que maneja el idioma con elegancia y cuidado,
lo renueva con vocablos brillantes, en un juego de ensayos métricos
audaces y primorosos, y se atreve a realizar con él combinaciones
fonéticas dignas de fray Luis de León, como aquella del verso: "bajo el
ala aleve de un leve abanico"; pero la aliteración es sólo un aspecto
parcial de la musicalidad del poeta, maestro moderno y universal del
ritmo, la imagen y la armonía.
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